Según un conjunto de creencias que nos ha sido impuesto, gracias al dinero o a una versión más actualizada del mismo se solucionarían todos los problemas del planeta. Bastaba creer en ello, y los sufrimientos y dolores de la humanidad finalmente serían derrotados. De acuerdo a esto, el dinero sería lo único que valdría la pena perseguir.
El modelo que se proponía supuestamente garantizaba buena comida, ropa a la moda, hogares agradables, viajes, entretenimientos, etc. Sobre todo, el dinero dispararía el progreso tecnológico, liberándonos de la insana necesidad de tener que pensar en el sentido de la vida, la vejez, las enfermedades o el extraño sentimiento de soledad y finitud que de repente nos atrapa incluso en los días soleados. Bastaba tener fe en el sistema y pronto todos seríamos felices ejecutivos, desenfrenados, competitivos, eficientes y pragmáticos. Que tales promesas y teorías fueron deshonestas o de mala fe, nadie puede dudarlo ahora. Hoy hasta el discípulo más ferviente repite aquellas consignas del pasado con ese ritualismo vacío y pomposo propio de los momentos de decadencia.
Aquel espejismo fue nefasto no sólo porque produjo, contrariamente a lo prometido, la mayor concentración de poder que jamás haya conocido la historia, sino también porque cosificó, degradó y disminuyó el valor del ser humano reduciéndolo a la condición de simple epifenómeno en el fluir de la historia. La apropiación del todo social por una parte del mismo ha sido una forma de violencia y esa violencia está en la base de toda contradicción y de todo sufrimiento humano. La violencia siempre se manifiesta como despojo de la intencionalidad del otro y, por cierto, de su libertad.
Aquel ridículo proyecto ha contaminado todas las áreas del conocimiento, desde la filosofía a la religión, al arte, la ciencia y la tecnología, dándonos una visión determinista, limitada y alienante del fenómeno humano. Ha permitido el avance del nihilismo, el resentimiento, el fanatismo, la negación de la vida y el culto al suicidio. Nos expuso al riesgo de masacres nucleares, a la presencia constante de guerras y conflictos, y propició la destrucción del ecosistema, no sólo en el sentido ambiental sino también en el sentido social del término.
La manipulación ha traspasado los límites de la propaganda estatal y se ha vuelto tan sutil que la verdadera cara del antihumanismo discriminatorio y violento a menudo se esconde detrás de las aparentes voces de la disidencia.
Estamos en una crisis global profunda que no es sólo una crisis sanitaria, económica o medioambiental, sino que es una crisis de valores, de intangibles que priorizan el interés de unos pocos por encima del interés general y la lucha por el poder de algunos sobre el trabajo por el bien común. Lo peor es que nada sugiere que tal estado de cosas vaya a disminuir, sino que todo sugiere lo contrario.
No obstante, es precisamente en estos momentos, como ha sucedido ya en otras épocas de la historia, que muchos de nosotros comenzamos a hablar de humanismo, de un Nuevo Humanismo. Ciertamente hay quienes hablan de ello como si se tratara de simples reglas de convivencia, pero el humanismo es mucho más que eso. El Humanismo es la expresión de las más profundas aspiraciones del ser humano y ha hecho su aparición en diferentes ámbitos geográficos y en distintos momentos de la historia. Una posible interpretación del mismo está definida por los puntos siguientes, que quisiéramos exponer para su consideración y discusión:
Afirmación de la conciencia como entidad activa y creadora, en contraposición a las posturas que consideran a la conciencia como simple “reflejo” de las condiciones objetivas. La conciencia humana no es pasiva, sino transformadora de la realidad.
Historicidad del ser humano y de sus producciones. Concepción del ser humano no como un simple ser natural sino como un ser histórico y social.
Apertura del ser humano al mundo, resolviendo antiguas dicotomías entre individuo y sociedad, subjetividad y objetividad. Cada ser humano se constituye en un medio social, pero es capaz de trascender el condicionamiento recibido para imaginar el surgimiento de un nuevo ser humano en un mundo mejor.
Fundamentación de la acción y de la ética desde el ser humano considerado como valor central y no desde otras instancias pretendidamente superiores, como pudieran ser la divinidad, la nación, los sistemas políticos, etc.
Rechazo de todas las formas de la violencia: física, económica, racial, religiosa, sexual, psicológica, etc. y reconocimiento de una única metodología posible de acción: la no-violencia activa.
En la situación actual, el Nuevo Humanismo no hace proclamas apocalípticas sino que asume la tarea de señalar un camino de superación ante esta crisis generalizada de la civilización. El humanismo, basado en la libertad de elección, posee la única ética válida del momento actual, una ética social de la libertad que es un compromiso querido de lucha, no sólo contra las condiciones que le producen a uno dolor y sufrimiento, sino que se lo producen a los demás.
Por último, el ser humano debe reclamar también su derecho a la subjetividad, a preguntarse por el sentido de la vida y a practicar y predicar públicamente sus ideas y su religiosidad o irreligiosidad.
Ha llegado entonces el momento de unir la fuerza, el corazón y la inteligencia de todos los humanistas del mundo para dar origen a una Nación Humana Universal.
Por estas razones y con este espíritu te invitamos a participar en el Octavo Simposio Internacional del Centro Mundial de Estudios Humanista. Queremos apoyar este proyecto creando un momento de reflexión, intercambio de opiniones y exposiciones entre académicos, investigadores y activistas para construir una nueva imagen de futuro para el destino de la humanidad.